31 ago 2011

Cómo sobrevivir a la publicidad

Todo hombre moderno es un ser artificial, víctima de la propaganda.


Permítanme insistir. El mundo moderno nos ha deparado un sistema de vida que echa por tierra todos los patrones conocidos en la escabrosa historia de la humanidad. Nunca antes se había presentado con tal fuerza lo que se puede llamar las "necesidades innecesarias" que nos ha generado el lucrativo negocio de la publicidad. Lucrativo para publicistas y empresarios, claro está. Nos han creado no solo la folía de tener que comprar todo lo que se anuncia, sino que, de adehala, tenemos que ser esbeltos, bellos, ricos y conocidos por esa masa de borregos que cree todo lo que le anuncian. Recuerdo la película El terror de las chicas, de Jerry Lewis, en la que una anciana está frente al televisor haciendo todo lo que propone la propaganda, como teñirse el pelo con extravagantes colores. Todo hombre moderno, de acuerdo con su capacidad económica, es un ser artificial, víctima de la propaganda.

¿Qué hacer? No sé muy bien cómo escapar de esa avalancha de mentiras de la publicidad, pero es posible empezar a modificar nuestra voracidad consumista si seguimos unas modestas normas de conducta. Por ejemplo, he aquí algunas, pocas, pero útiles.

No vea los noticieros y programas de televisión en tiempo real. Hay que grabarlos y después reproducirlos, saltándose las propagandas. El tiempo frente al televisor se reducirá sensiblemente y estará menos contaminado.

Nunca mirar las vallas y anuncios de la calle, digan lo que digan. Hay que desarrollar un rechazo subliminal: automáticamente debemos rechazar los contenidos que nos proponen. Lo contrario de lo que la teoría publicitaria busca: meternos las ideas en nuestro fondo, sin que pasen por el consciente.

A los periódicos tómelos, por su parte superior izquierda, con el pulgar y el índice. Distiéndalos y verá caer varias separatas impresas con colorinches. Déjelas en el suelo. Son peligrosas. Arránqueles a las revistas todas esas páginas de publicidad y de informes especiales. Tenga cuidado con las entrevistas que son publirreportajes encubiertos. Borges decía que no leía periódicos porque si algo importante llegaba a salir en ellos, ya aparecería en algún libro. Por supuesto no hablaba de libros de autoayuda.

Ojo con la radio. Encajonan noticias, comentarios y canciones entre largos tiempos de propaganda. Pero, como dicen tanta tontería, uno se puede aislar fácilmente.

Claro que estas instrucciones son una mínima parte de lo que se podría aconsejar. Son inútiles si usted no se ha dado cuenta de que es una víctima de este estilo de vida. Para ser consciente de ello le recomiendo que revise su clóset, sus armarios, la alacena de la cocina, la nevera, el cuarto de San Alejo.
¿Cuánta ropa hay que no usa, cuántas medicinas postdatadas, cuántos aparatos para adelgazar, cuántos alimentos que no ha comido? ¿Qué me dice de los muebles y adornos arrimados o los que subsisten en su sala y usted aborrece porque "ya pasó la moda"?

No creo que esto cambie el mundo. Pero si un pequeño grupo de personas logra mantener una resistencia a la masa publicitaria de este capitalismo feroz y lo transmite a las generaciones futuras, habremos salvado la especie.

Que dijera. Como si fuera Atlas, que parece serlo, a Juan Carlos Esguerra, por sus sobradas capacidades, lo han nombrado ministro para cargar sobre sus hombros la más pesada de las tareas: hacer que la justicia colombiana funcione. No le basta rearmar el ministerio de justicia que Uribe y Londoño despeñaron con tanta superficialidad y alegría, sino que debe poner en cintura a las cortes y reorientar a la justicia, para que ella se levante y cojee en vez de estar echada y paralítica. No sorprende que el flamante ministro confiese que duerme como un bebé. Es decir, se despierta cada hora llorando.

FUENTE: El Tiempo