Cómo sobrevivir a la publicidad
Permítanme insistir. El mundo
moderno nos ha deparado un sistema de vida que echa por tierra todos los
patrones conocidos en la escabrosa historia de la humanidad. Nunca antes se
había presentado con tal fuerza lo que se puede llamar las "necesidades
innecesarias" que nos ha generado el lucrativo negocio de la publicidad.
Lucrativo para publicistas y empresarios, claro está. Nos han creado no solo la
folía de tener que comprar todo lo que se anuncia, sino que, de adehala,
tenemos que ser esbeltos, bellos, ricos y conocidos por esa masa de borregos
que cree todo lo que le anuncian. Recuerdo la película El terror de las chicas,
de Jerry Lewis, en la que una anciana está frente al televisor haciendo todo lo
que propone la propaganda, como teñirse el pelo con extravagantes colores. Todo
hombre moderno, de acuerdo con su capacidad económica, es un ser artificial,
víctima de la propaganda.
¿Qué hacer? No sé muy bien cómo
escapar de esa avalancha de mentiras de la publicidad, pero es posible empezar
a modificar nuestra voracidad consumista si seguimos unas modestas normas de
conducta. Por ejemplo, he aquí algunas, pocas, pero útiles.
No vea los noticieros y programas
de televisión en tiempo real. Hay que grabarlos y después reproducirlos,
saltándose las propagandas. El tiempo frente al televisor se reducirá
sensiblemente y estará menos contaminado.
Nunca mirar las vallas y anuncios
de la calle, digan lo que digan. Hay que desarrollar un rechazo subliminal:
automáticamente debemos rechazar los contenidos que nos proponen. Lo contrario
de lo que la teoría publicitaria busca: meternos las ideas en nuestro fondo,
sin que pasen por el consciente.
A los periódicos tómelos, por su
parte superior izquierda, con el pulgar y el índice. Distiéndalos y verá caer
varias separatas impresas con colorinches. Déjelas en el suelo. Son peligrosas.
Arránqueles a las revistas todas esas páginas de publicidad y de informes
especiales. Tenga cuidado con las entrevistas que son publirreportajes
encubiertos. Borges decía que no leía periódicos porque si algo importante
llegaba a salir en ellos, ya aparecería en algún libro. Por supuesto no hablaba
de libros de autoayuda.
Ojo con la radio. Encajonan
noticias, comentarios y canciones entre largos tiempos de propaganda. Pero,
como dicen tanta tontería, uno se puede aislar fácilmente.
Claro que estas instrucciones son
una mínima parte de lo que se podría aconsejar. Son inútiles si usted no se ha
dado cuenta de que es una víctima de este estilo de vida. Para ser consciente
de ello le recomiendo que revise su clóset, sus armarios, la alacena de la
cocina, la nevera, el cuarto de San Alejo.
¿Cuánta ropa hay que no usa,
cuántas medicinas postdatadas, cuántos aparatos para adelgazar, cuántos
alimentos que no ha comido? ¿Qué me dice de los muebles y adornos arrimados o
los que subsisten en su sala y usted aborrece porque "ya pasó la moda"?
No creo que esto cambie el mundo.
Pero si un pequeño grupo de personas logra mantener una resistencia a la masa
publicitaria de este capitalismo feroz y lo transmite a las generaciones
futuras, habremos salvado la especie.
Que dijera. Como si fuera Atlas,
que parece serlo, a Juan Carlos Esguerra, por sus sobradas capacidades, lo han
nombrado ministro para cargar sobre sus hombros la más pesada de las tareas:
hacer que la justicia colombiana funcione. No le basta rearmar el ministerio de
justicia que Uribe y Londoño despeñaron con tanta superficialidad y alegría,
sino que debe poner en cintura a las cortes y reorientar a la justicia, para
que ella se levante y cojee en vez de estar echada y paralítica. No sorprende
que el flamante ministro confiese que duerme como un bebé. Es decir, se
despierta cada hora llorando.
FUENTE: El
Tiempo